Argentina: Fútbol y Literatura
Por Nahum Villamil Garcés
En nuestras modernas democracias latinoamericanas existen
tres cargos con equiparable dificultad social: poeta, jefe de estado y director
del seleccionado nacional de fútbol. Si atendemos bien a la lógica, el tercero
es infinitamente más arduo que el resto. Mientras la presidencia [solo] incide
con desmesurado talento en los niveles de odio de la población, y la poesía
hace cada vez más presencia en las canchas que en los libros, la dirección
técnica puede elevar, apabullar o ecualizar los niveles de éxtasis, felicidad o
desconsuelo en su público.
La amalgama de estos asuntos no puede ser más que un
panfleto retorcido. Pero como este es un espacio avocado a los complots y las
conjuras, hemos resuelto calzarnos los guayos y proponer las selecciones
literarias soñadas. Allá ustedes si nunca soñaron la propia.
Y nuestro especial lo inaugura la bicampeona mundial:
Argentina.
Lo primero (aunque ustedes tengan ya sus arbitrarios
delanteros estrella en la mente) es escoger al seleccionador nacional. Tarea
impostergable y con necesidades teóricas irrebatibles -les rogamos disculpar la
digresión-. En el mundo occidental, para no adentrarnos en las grandes (y más
sabias) corrientes del pensamiento humano, existen diferentes y muy amplias
escuelas filosóficas, con mayor o menor desarrollo histórico, con intensos o
apenas elucubrados debates y con diversos adeptos, seguidores, hinchas.
Argentina, a partir de Sarmiento, puede ser acaso la cuna latinoamericana del
maniqueísmo político y de las irreparables disyuntivas que éste ha ocasionado
por todo el continente.
Sí. A Sarmiento, que se llamó Domingo Faustino (en esto
también precursor de grandes y dotados futbolistas), el autor de Facundo:
Civilización y Barbarie, le debemos las siemprevivas disputas ideológicas:
Boca-River, Cali-América, Flamengo-Corinthians,
Nacional-Peñarol. Seguramente las únicas que han producido resultado alguno en
nuestra historia republicana.
Todo este mambo ideológico y de rivalidades filosóficas era
necesario para decirles que la filosofía pasó del positivismo decimonónico a la
fenomenología y al existencialismo. Hasta ahí está todo en orden para
occidente. Lo importante, y más decisivo, es que para entonces la Argentina se
tornó pionera del devenir intelectual occidental y no solo creó una vertiente
de pensamiento, sino que se anotó dos de las tradiciones filosóficas más
importantes del siglo XX: el Menottismo y el Bilardismo.
Quienes leyeron la famosa novela El mundo de Sofía
recordarán aquella célebre escena en la que la protagonista recibe del
misterioso filósofo una edición de El Gráfico. Luego de un arduo entrenamiento
de lectura y audiovisuales, hallamos a Sofía en una férrea defensa bilardista,
casi con la pizarra en la mano, pero también avocada a un elegante y menottista
toque de balón, al preciso juego de pelota parada y al virtuoso desequilibrio
del desmarque. Así como Sofía sufrió para asimilar los conceptos de estas dos
corrientes filosóficas, incluso más que con Hegel, muchos adeptos a las canchas
han padecido los rigores de sintetizar lo mejor del virtuosismo menottiano, y
lo más exacto de la perfección bilardista. Esto lleva a una decisión compleja:
elegir a alguien cuya barca navegue entrambas aguas, entre ambos campeones
mundiales. Así que, para concretar al campeón del 78 y al campeón del 86, lo
óptimo es seleccionar un genio que sostenga bien dos conceptos: lo preciso
ligado a lo precioso. Y ese es David Viñas.
Viñas, como Bilardo y Menotti, tuvo también su época de
jugador activo, y con sus novelas pudo haber ocupado un puesto en la squadra
poéticofutbolera. Sin embargo, es en su incursión como crítico literario que
veremos lo mejor de las ideas de este gran estratega nacional. La publicación
de su libro Literatura argentina y política significó un brillante
esclarecimiento de la historia literaria albiceleste, una coherencia
retrospectiva de lo mejor de las letras del sur, su sintonía con el devenir
político y las proyecciones con el mundo global de la literatura. Alguien que
puede darles orden a 150 años de literatura es la persona indicada para dirigir
nuestro equipo.
Otro texto donde usted puede observar los planteamientos del
polémico collage, método técnico de Viñas, es Indios, ejército y fronteras.
Recuerde que ya alguien patentó leer es ganar un poquito. Si no le gusta este
DT, búsquese el suyo y jugamos un picadito.
Ahora, nosotros retomamos la idea de que la portería es el
ejercicio más desprendido y desinteresado de lo poético. Las grandes hinchadas
alaban a los prosistas, celebran las geniales novelas-chilenas[1]. Y si el
equipo gana es por las gambetas de los virtuosos del cuento, si se pierde es
culpa de un verso mal atajado, si la literatura no progresa es por las
antologías de goles que se dejaron meter los poetas. Por todo esto, nuestro
portero es Juan Gelman: en sus versos confluye el mejor delirio de Gatti, la
inigualable velocidad de Carrizo, los rasantes vuelos de Fillol y Pumpido, y
las penas máximas, los más agónicos disparos desde los once pasos de Goycochea
y Abbondanzieri. Con sus Traducciones, Salarios del impío, este premio
Cervantes tiene para deleitarnos en El juego en que andamos, y salvaguardar el
alma y la portería de cualquier dictadura del gol, de cualquier fusilamiento
desde el punto del penal, de cualquier desaparición forzada de los trofeos...
Una defensa dura y aguerrida es fundamental en cualquier
empresa, incluso futbolera y literaria. La combinación de Pasarella y Ruggeri
no admite mucha discusión. Casi cualquier cosa que se agregue es puro balbuceo
y retórica prescindible. Nosotros disponemos de dos centrales de una eficiencia
inigualable y de destellos de genialidad muy poco vistos en el mundo de los
torneos de las letras. Nuestro central por derecha es nada más, ni nada menos,
que Domingo Faustino Sarmiento. Ya le hablamos de él arriba y le explicamos que
es toda una institución. Ahora le invocamos para que, dado el caso, llene de
sangre contraria la pampa y se quede con la pelota. En su haber cuenta con más
de 80 volúmenes publicados, los cuales equivalen a la cantidad de presencias
con la selección. Mucho se puede hablar del estilo duro y sin contemplaciones
con el que juega, del menosprecio al rival y de la cantidad de tarjetas que
acumula en su carrera. Pero, para defensa un prosista, y si su prosa armó un
estado, bien puede desarmar una delantera rival.
El otro zaguero es el renombrado Ernesto Sábato. Científico
y artífice de una línea dura de lo literario. Capaz de derrotar en duelo
psicológico, presión en tiros de esquina y fueras de juego a cualquier rival.
Este modo frío de jugar lo complementa con una brillantez desbordada, con una
luz al final de El túnel que, como a Pasarella, le ha permitido sumar más de
una centena de goles en su larga carrera, y obtener los máximos galardones de
la fifa literaria.
Configurar el medio campo de una selección argentina debería
invocar, cuando menos, tres tomos empastados y setenta horas de grabación
continua. Nosotros, para hacerlo escueto y no dar tiempo de rechistar, elegimos
a las deidades tutelares: Maradona, Messi y Riquelme. El entuerto radica en
hacerlos funcionar como esplendorosa selección escrita y sin agujeros. ¿Quiénes
pueden ocupar estos nombres? Seguro usted intuye la respuesta, pero veamos lo
que se propone.
El puesto de Juan Román Riquelme no lo puede tener otro
diferente al inigualable Roberto Arlt. Con Arlt atendemos a un jugador con un
mito de origen tambaleante entre lo precario y lo dudosamente reputado. Dueño
de una delirante capacidad inventiva, este enganche superó las dificultades
físicas, desarrolló su propio lenguaje del balón, su propia técnica narrativa,
con la que fue desparramando rivales como a Los siete locos de la cancha. Todo
amante de los estadios recuerda Los lanzallamas desde atrás de la barrera, sus
milimétricas Aguasfuertes con las que asistió a los mejores delanteros del mundo.
La frase de Menotti es una catedral: “Ahora solo falta que para jugar bien al
fútbol tenga que correr”, ahora solo falta que para ser un escritor tenga que
poner bien las comas. En respuesta, para que sigan las habladurías, ellos dos
nos dejaron ese Juguete rabioso que se llamó el Topo Gigio. El resto es
historia, golazos escritos.
Jorge Luis Borges no se bancó el fútbol y lo denostaba como
a una manifestación más de la idiotez humana. Por eso no lo incluimos en este
seleccionado. Al menos así diría cualquier crítico poco riguroso y mojigato, de
esos que abundan comentando partidos y malogrando reseñas. Nosotros, amantes de
las conjuras, le vamos a poner un apodo que no es otro diferente a Diego
Armando Maradona. Si apelamos al método comparativo contrastivo de la crítica
literaria, encontraremos datos que ligan a las dos trayectorias más grandes de
la historia patria: relación profunda con Inglaterra, marcadas posiciones
frente a la izquierda política, orígenes económicos dispares y una justicia
poética que los puso a ambos en sus respectivos sillones de miembros en la
academia de la belleza humana. Dueños de un talento precoz y de una maestría
técnica avasallante, uno se dedicó a escribir los regates más precisos de las
canchas y el otro a gambetear las más preciosas paradojas del lenguaje. Muchos
saben las maravillas que produjeron, pero casi todos ignoran las constantes
referencias del uno al otro. Fikciók (1982), edición húngara de Ficciones,
traducida por el mítico escritor Zoltan Borval, incluye una sola modificación
respecto al original: en “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” se lee una frase que los
exégetas, poco dados a las lenguas, no han reparado aún: “Los espejos, la
cópula y Maradona son abominables, porque riegan a los hombres por la tierra”.
En una entrevista titulada “De lo poco que quiero” (1979),
Maradona le dice a Carlota Dalto “[…] Yo siempre amé jugar a la pelota. Hoy, de
lo poco que quiero es tirar una pared con Borges y el Bocha”. Asimismo, en
Borges oral se lee una frase irrepetible que la gilada endosa al autor de Les
misérables “Es curioso advertir que el estilo de Dios es casi idéntico al
de Víctor Hugo”. Si aún precisa que le expliquen: Dios es Maradona y Víctor
Hugo es Morales.
Así pasan los años y las aguas se van dividiendo en la torpe
penumbra de una crítica miope. Nunca hubo tanta perfección como en las pocas
páginas de Ficciones y El aleph, nunca tanta belleza como en los mundiales del
86 y del 90. Tlön prefigura el partido contra los ingleses: “Los metafísicos de
Tlön no buscan la verdad ni siquiera la verosimilitud: buscan el asombro”. La
última línea, acaso la más precisa de Maradona, “La pelota no se mancha” es
claramente un guiño a la visión cristalina y total que permite El aleph
borgeano. En “El acercamiento a Almotásim” está descrita la bíblica persecución
y el pase a Caniggia; en el pase a Burruchaga, que llega y no llega, no solo
está el gato de Schrödinger, sino también Dahlmann, que muere y sueña, que
sueña y muere. En los últimos versos del poema “On his blindness” (1985),
Borges resume su vida “A los otros les queda el universo; a mi penumbra: Víctor
Hugo y el Diego.” A nosotros nos quedan ambos.
Si Borges anticipa a Messi, Maradona precede a Piglia. No
era en ese orden. No importa. Con el rosarino y con el de Adrogué asistimos a
los goles más resplandecientes de la Argentina contemporánea. Han ganado todo
lo ganable, han creado obras tan sólidas y amplias como los Andes. Uno es el
mejor de la liga española, otro es el mejor de la lengua. Uno interpretó a Maradona,
y le anexó al mejor Riquelme, el otro nos ilustró a Borges e incorporó al mejor
Arlt. Si usted lee Respiración artificial, la novela más famosa de Piglia,
encontrará un fragmento en el que un defensa del Real Madrid describe la
entrada de Messi a la cancha: “Tiempos sombríos en que los hombres parecen
necesitar un aire artificial para poder sobrevivir.” El lector también
recordará los cinco balones de oro y las cinco esplendorosas novelas de Piglia
que Messi representó en teatro. La obra titulada La ciudad ausente se presentó
en el teatro Santiago Bernabéu, la noche del 6-2, con el rosarino como actor
principal y Josep Guardiola fungiendo como director. Blanco nocturno se estrenó
en el teatro Wembley, en una colaboración especial del Royal Theatre Manchester
United.
Lo que mucha gente ignora es que Lionel Messi tiene un alter
ego llamado Emilio Renzi, y quien lo hizo debutar en primera fue Ricardo
Piglia. Plata quemada es una novela que protagonizan Messi y Renzi. Su
argumento estriba (no hay spoiler acá) en los vínculos que tejen un incendio de
dinero, en el Montevideo de los setenta, con los fichajes de Kaká e Ibrahimovic
en el 2009. Sin duda la dupla Renzi-Messi puede explicarlo todo. No sobra
aclararle al lector que Los diarios son la mejor racha goleadora que se ha
escrito en mucho tiempo en cualquier lengua. Allí se condensa el fútbol total
de un clásico contemporáneo, así como en la cancha han estado las mejores
proezas del lenguaje que se hayan gambeteado en las últimas décadas. Si quiere
comprender a Piglia, lea a Messi, si quiere leer bien a Messi juegue como
Piglia.
Ahora bien, teniendo tres mediocampistas de este calibre, es
necesario convocar a alguien que se ocupe de la pulcritud del lenguaje,
embelesar a los lectores del otro equipo y serruchar con calidad a los críticos
del bando contrario. Ya saben: eso de que, o pasa el crítico o pasa la pelota /
o pasa el jugador o pasa la reseña. Ese cuarto personaje es Tamara Kamenszain.
El doctrinario fútbol ha corrido a la par con la literatura
y sus cerrazones. Si alguien quiere el embelesamiento del contrario, la
imposibilidad de avanzar sin meditarlo tres veces, si alguien quiere sentir que
el alma se eleva por instantes y abandona el cuerpo, tiene que invocar los
versos de esta poeta extraordinaria. Habiendo crecido en las canchas
neobarrosas, esta gran mediocampista tiene todo el potrero para dejar
neoborrosa la vista de sus contrarios, y toda la calidad para salir jugando,
infiltrarse y dejar a cada persona "Sentada al borde de su memoria", tratando de
recordar cada brillante pared de versos y cada recuperación de metáforas que
hizo en su carrera.
Nos hace falta una delantera letal y convincente. Lo cierto
es que aquí podemos tirar de repertorio y hay configuraciones para todos los
gustos literarios y futbolísticos. Habrá quienes prefieran un Caniggia-Di
Stéfano, alguna versión Crespo-San Filippo, Bianchi-Tévez… Nosotros ponemos de
titulares al matador Kempes y a Batigol. Aunque les confesamos que sí nos duele
dejar por fuera a Bianchi: el único virrey válido de la historia de América.
Para hacerla corta: jugamos con Cortázar y Bioy Casares, y
vengan de a uno si nos quieren meter a sus Icardis. Hablar de Cortázar es
charlar de Kempes. La gloria colectiva y primera de dos grandes que se cansaron
de hacer goles en los momentos más propicios. ¿Quién no recuerda al matador y
su libro Todos los goles el gol del mundial del 78? ¿Cómo no ver que "La noche
boca arriba" es un relato sobre el portero holandés de la final? Quienes leímos
la entrevista de Carlota Dalto a Cortázar, publicada en la revista Huríes en
1978, encontramos la sexta variación de lectura que propuso el gran Cronopio
para su Rayuela: empezando por el capítulo 73, como en el segundo orden, y
cambiando el 137 por el 92, este último por el 33, este otro por el 51 y este
por el 137, la novela se lee como una clara alegoría a la trayectoria argentina
en los mundiales de fútbol. También recordará el lector que “La autopista del
sur” fue escrito durante el atasco de la 9 de Julio por las ganas de querer ir
a celebrar todos al obelisco. ¿Qué es "Continuidad de los parques"
sino un relato de alguien que no quiere ser interrumpido mientras ve fútbol?
¿Qué era Kempes sino el "Axolotl" que hipnotizaba a quien lo mirase?
Adolfo Bioy Casares anotó más de cincuenta goles con la
albiceleste, y estos conforman uno de los capítulos de la Antología de la
literatura fantástica. Lo cierto es que al buen Bioy tampoco le gustaba el
fútbol, pero eso no es problema porque a Batistuta tampoco. Pero algo sí que
compartían: un estilo casi angelical de la escritura y una precisión fronteriza
de lo perfecto en el lenguaje del gol. Hablamos de los dos artistas más
elegantes del siglo XX argentino. Si usted no ha leído La invención de Morel, además
de estar cometiendo una ingobernable tontería, se ha perdido de un artefacto
extraño, exquisito, que crea la felicidad eterna. Incurriremos en prematuras
revelaciones, sepa usted disculparnos, pero es necesario contarle el final de
esta novela que previó el futuro. Luego de estar barajando los días frente a
las ilusiones del 2014, un hombre descubre una conjura que le permite crear la
eternidad soñada. Con tan modesta posibilidad, nuestro protagonista hace lo que
cualquiera hubiese hecho en su lugar: toma los recuerdos de Batistuta, sus
mejores momentos -que no son escasos- y los fusiona con la final frente a
Alemania. Paris, en ocasión similar, eligió la mujer más bella de la tierra;
este noble hincha optó por la felicidad colectiva de ver al Bati ganar la copa.
Borges apuntaba “no me parece una imprecisión o una hipérbole calificarla de
perfecta”. A nosotros tampoco nos resulta impreciso que Bioy, con su premio
Cervantes, se haya ocupado de resolver ese pequeño tropiezo de la historia.
Tampoco es imposible que uno de los mejores delanteros haya jugado al fútbol
sin tanto gusto ¿Qué tal si le hubiese gustado?
En este momento usted debe tener al menos tres preguntas: la
primera debe ser por la ausencia de laterales. La segunda estribaría quizá en
las posibilidades victoriosas de nuestro seleccionado. La tercera,
impostergable, es ¿Qué pasó con el Pipita? Los laterales los dejamos a su
elección para no robarnos todo el mérito. La segunda es rutinaria y con
respuesta implícita. La tercera precisa su mejor esfuerzo imprecatorio.
** Agradecemos la valiosa aclaración táctica y conceptual de
Eric Villadeza.
*** Imágenes: © Nahum Villamil Garcés
*** Imágenes: © Nahum Villamil Garcés
[1] Nos referimos a la pirueta y no a la literatura
chilena de la que ya habrá otra entrega para hablar.)