Fernando Pessoa: Plural como el universo
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Fernando Pessoa © CortesíaForzada |
Por CortesíaForzada
El
estudio de la vida y obra del escritor portugués Fernando Pessoa continúa
siendo una fuente inagotable de investigaciones, rastreos, cabos sueltos y
muchísimos descubrimientos que terminan por ampliar la ya variopinta noción
sobre su enorme figura. Hoy, 2018, sobrepasando los 80 años de su muerte,
existe un fervor casi divino por los escritos que dejasen Pessoa, Alberto
Caeiro, Ricardo Reis o Álvaro de Campos, cuya factura suele comportar los más
encomiables ditirambos, y se ahonda la tarea de comprender la tan fructífera heteronimia
postulada por el portugués.
Para
adelantar esa tarea, Jerónimo Pizarro, uno de los mayores expertos en la obra
del lisbonense, editó, entre muchos otros libros, artículos y manuales, Plural como o universo/ Plural como el
universo (2012) edición bilingüe que reúne los textos en los que Fernando
Pessoa postuló sus visiones sobre la heteronimia. Si bien la mayoría de los
textos que componen el volumen han sido constantemente lanzados a los lectores,
la selección de Pizarro es la primera que los vincula en un solo ejemplar que
permite, a través de una bien lograda cronología, vislumbrar la evolución del
paradigma escritural de Pessoa y los bemoles de una obra que requiere y celebra
el trabajo de archivo para posibilitar su comprensión.
CortesíaForzada trae para sus lectores la pluma de Pessoa con “Dividió
Aristóteles…”, en la traducción de Jerónimo Pizarro y acompañado por el
facsimilar mecanografiado[1]
del texto original que reposa en la Biblioteca Nacional de Portugal. En este
fragmento encontramos un momento estelar de la heteronimia y la mirada particular que tuvo Pessoa sobre Shakespeare,
la vida y la literatura.
Por Fernando Pessoa
Dividió Aristóteles la poesía en lírica, elegíaca, épica y dramática. Como todas las clasificaciones bien pensadas, esta es útil y clara; como todas las clasificaciones, es falsa. Los géneros no se separan con tanta facilidad íntima, y, si analizamos bien aquello de que se componen, verificaremos que existe una gradación continua de la poesía lírica a la dramática. En efecto, si regresáramos a los orígenes mismos de la poesía dramática –a Esquilo, por ejemplo- lo más correcto sería afirmar que se encuentra poesía lírica puesta en los parlamentos de diversos personajes.
El
primer grado de la poesía lírica es aquel en cual el poeta, concentrado en su
sentimiento, expresa ese sentimiento. Sin embargo, si él fuera una criatura de
sentimientos variables y varios, se expresaría como si fuera una multiplicidad
de personajes, unificados solamente por el temperamento y el estilo. Un paso
más, en la escala poética, y surge entonces el poeta que es una criatura de
sentimientos varios y ficticios, que es más imaginativo que sentimental, y que
vive cada estado de alma antes con la inteligencia que con la emoción. Este
poeta se expresará como si fuera una multiplicidad de personajes, unificados, ya
no por el temperamento y el estilo, dado que el temperamento estará substituido
por la imaginación, y el sentimiento por la inteligencia, sino solamente por el
mero estilo. Si damos otro paso en la misma escala de despersonalización, o sea,
de imaginación, tendremos al poeta que en cada uno de sus varios estados
mentales se integra de tal manera en ese estado que se despersonaliza del todo,
de modo que, viviendo analíticamente ese estado de alma, lo transforma en la
expresión de un personaje distinto, y, cuando esto sucede, el mismo estilo
tiende a variar. Si damos el paso final, tendremos a un poeta que será varios
poetas, a un poeta dramático que escribe en los moldes de la poesía lírica.
Cada conjunto de estados del alma más próximos imperceptiblemente se transformará
en un personaje, con estilo propio, con sentimientos tal vez diferentes e
incluso opuestos a los típicos del poeta en su persona viva. Y así se habrá
llevado a la poesía lírica –o a cualquier forma literaria análoga en su
sustancia a la poesía lírica– hasta la poesía dramática, sin que se le haya
dado, sin embargo, la forma del drama, ni explícita ni implícitamente.
Supongamos
que un despersonalizado supremo, como Shakespeare, en lugar de inventar al
personaje Hamlet como parte de un drama, lo hubiera inventado como simple
personaje, sin drama. Ese autor habría escrito, por así decirlo, un drama de un
solo personaje, un monólogo prolongado y analítico. En este caso, no sería
legítimo buscar en el personaje una definición de los sentimientos y de los
pensamientos de Shakespeare, a menos que el personaje fuese fallido, porque solo
los malos dramaturgos se descubren.
Por
algún motivo temperamental que no es mi intención analizar, ni es importante
que lo haga, construí en mi interior varios personajes que se diferencian entre
ellos y de mí, personajes a los cuales les atribuí poemas diversos que no son lo
que yo, con mis sentimientos e ideas, habría escrito.
Es
así como los poemas de Caeiro, Ricardo Reis y de Álvaro de Campos tienen que
ser considerados. En ninguno de ellos hay que buscar ideas o sentimientos míos,
ya que muchos de ellos expresan ideas que no acepto y sentimientos que nunca
tuve. Hay que leerlos como están y nada más, que es como se debe leer, por lo demás. Doy un
ejemplo: el octavo poema del Guardador de Rebaños, con su blasfemia
infantil y su antiespiritualismo absoluto, lo escribí con sobresaltos y
repugnancia. En mi propia persona, aparentemente real, con la que vivo social y
objetivamente, no me valgo de blasfemias ni soy antiespiritualista. Alberto
Caeiro, sin embargo, tal y como yo lo concebí, es así: así tiene pues que
escribir, lo quiera o no lo quiera yo, y así yo piense o no como él. Negarme el
derecho a hacer esto sería lo mismo que negarle a Shakespeare el derecho de darle
expresión al alma de Lady Macbeth -con el fundamento de que él, poeta, ni era
mujer, ni, que se sepa, histero-epiléptico-, o el de atribuirle a Shakespeare una
tendencia alucinatoria y una ambición que no retrocede ante el crimen. Si es lícito
permitirse esa libertad con los personajes ficticios de un drama, también lo es
con los personajes ficticios sin un drama, porque esa libertad es lícita no
porque sean ficticios, sino porque están en un drama.
Tal
vez parezca innecesario explicar una cosa de por sí tan sencilla e
intuitivamente comprensible. Sucede, sin embargo, que la estupidez humana es
grande, y la bondad humana no es notable.
[¿1931?]