Proust y la música
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POR CORTESÍA FORZADA
Basta con escuchar el nombre del gran escritor francés
Marcel Proust para predisponerse a asistir en vivo a la verdad revelada. Y
aunque en algún tiempo la sentencia oficial fue que quienes leyesen a Proust se
proustituían, el autor de la
monumental obra En busca del tiempo
perdido es invocado por CortesíaForzada con los pincelazos de su “Elogio de
la mala música”, publicado por primera vez en 1896 dentro del volumen Les Plaisirs et les Jours (Los placeres
y los días).
Se preguntará usted, melómano lector, qué acordes toca
un ya centenario texto bien entrados en el año 2018. Más allá de la pregunta,
válida siempre, seguro usted habrá asistido en algún momento a la discusión, casi
siempre bizantina e irresoluble, acerca de qué tanto ha involucionado la
calidad musical, en qué medida sus letras atienden a las dictaduras del lugar
común, el lloriqueo incesante, el más grotesco machismo, el caricaturesco
sufrimiento o aquellas fórmulas consistentes en la repetición infinita de una frase,
palabra o sílaba insulsa, cuyo único resultado es el desprecio más visceral o el
monumento al ridículo.
También usted habrá evidenciado que en muchas ocasiones
a Euterpe o Changó se les ha ido la mano en esto de la condescendencia acústica
y en la tierra Sony y Universal les han continuado el juego. Sí, irreductiblemente el rumbo de los altares
musicales ha sido tan ecléctico como azaroso, tan forzado como irremediable. No
será justa, pero es humana la concatenación de Bach, Melendi, Bieber, Serrat,
Arjona, Mozart, Cohen, Shakira, Maluma, Paco de Lucía, Lennon, Spinetta, Don
Omar, Maelo Ruiz, Celia, Maelo (el de verdad), Blades, BTS, Gardel, Pavarotti,
Liszt, Sabina, Wagner, Totó… o la Rockola propia de cada alma de esta tierra.
Arme la suya según lo que le indique su Spotify personal o el sonido
intercalado de los adentros de su memoria. No importa la versión que sea,
Proust amablemente se encargó de exculparlo de sus pecados, aunque no muriese
en ninguna cruz. Mentira, no fue una absolución plenaria por lo que bien hará
usted en suspirar sus mea culpa en el
íntimo purgatorio de sus audífonos. [1]
ELOGIO DE LA MALA MÚSICA
Detestad la mala música, no la despreciéis. Se toca y
se canta mucho más, mucho más apasionadamente que la buena, mucho más que la
buena se ha llenado poco a poco del ensueño y de las lágrimas de los hombres.
Sea por eso venerable. Su lugar, nulo en la historia del Arte, es inmenso en la
historia sentimental de las sociedades. El respeto, no digo el amor, a la mala
música, es no sólo una forma de lo que pudiéramos llamar la caridad del buen
gusto o su escepticismo, es también la conciencia de la importancia del papel
social de la música. Cuántas melodías que no valen nada para un artista figuran
entre los confidentes elegidos por la muchedumbre de jóvenes romancescos y de
las enamoradas. Cuántas "sortijas de oro", cuántos "Ah sigue
dormida mucho tiempo", cuyas hojas son pasadas cada noche temblando por
unas manos justamente célebres, mojadas por las lágrimas de los ojos más bellos
del mundo, melancólico y voluptuoso tributo que envidiaría el maestro más puro
-confidentes ingeniosas e inspiradas que ennoblecen el dolor y exaltan el
ensueño y que, a cambio del ardiente secreto que se les confía, ofrecen la
embriagadora ilusión de la belleza. El pueblo, la burguesía, el ejército, la
nobleza, así como tienen los mismos factores, portadores del luto que los hiere
o de la alegría que los colma, tienen también los mismos invisibles mensajeros
de amor, los mismos confesores queridos. Son los músicos malos. Este irritante
ritornello, que cualquier oído bien nacido y bien educado rechaza nada más
oírlo, ha recibido el tesoro de millares de almas, ha guardado el secreto de
millares de vidas, de las que fue inspiración viviente, consuelo siempre a
punto, siempre entreabierto en el atril del piano, la gracia soñadora y el
ideal. Esos arpegios, esa "entrada" han hecho resonar en el alma de
más de un enamorado o de un soñador las armonías del paraíso o la voz misma de
la mujer amada. Un cuaderno de malas romanzas, resobado porque se ha tocado
mucho, debe emocionarnos tanto como un cementerio o como un pueblo. Qué importa
que las caras no tengan estilo, que las tumbas desaparezcan bajo las
inscripciones y los ornamentos del mal gusto. De ese polvo puede elevarse, ante
una imaginación lo bastante afín y respetuosa para acallar un momento sus
desdenes estéticos, la bandada de las almas llevando en el pico el sueño
todavía verde que las hacía presentir el otro mundo y gozar o llorar en éste.
MARCEL PROUST
[1]
Consienta
también las invocaciones de los sabios Lichtenberg y Nicolás Gómez Dávila,
quienes lanzaran dos sentencias, aunque librescas, aplicables a todas las artes.
Decía el alemán “Un libro es como un espejo: si un mono se asoma a él no puede
ver reflejado a un apóstol” y sostenía el colombiano “Las frases son piedrecillas que el
escritor arroja en el alma del lector. El
diámetro de las ondas concéntricas que desplazan depende de las
dimensiones del estanque."