Wagner y Liszt
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POR CORTESÍAFORZADA
Esplendor suele ser la primera idea que asalta la mente de quienes
piensan en los artistas. Nos los prefiguramos, no importa la época, como auténticos rockstars carentes
de necesidades, sentados frente a los más luminosos banquetes, asiduos al
bondadoso éxtasis del buen vino y celebrados en la unánime certeza de sus
contemporáneos. Y si bien es cierto que los laureles han coronado las sienes de
grandes creadores, que el mecenazgo financió algunos de los momentos más
lúcidos de la historia humana y que el mercado tuvo en bien favorecer a ciertas
grandes mentes, a veces soslayamos la vasta nómina de personas cuyo arte no les granjeó el
respeto de sus compañeros de época o geografía, tampoco les aseguró el techo y el
pan, así como jamás les brindó la posibilidad de observar el mínimo resplandor
de su grandeza antes de partir a la muerte.
Son muchos los ejemplos en la historia de las artes que dan cuenta de los
bemoles en que se mueven las grandes obras de la humanidad. Cuando pensamos en Rembrandt,
vemos lo mejor de la Ámsterdam del siglo XVII, contemplamos con reverencia La ronda nocturna y La conspiración de Claudius Civilis, admiramos las cifras contundentes en que son subastadas sus obras, pero no
nos percatamos del Rembrandt que sale de su casa, ahogado en la banca rota y defenestrado
por sus otrora cultores. Pensamos en Lampedusa y Gatopardo pero no atendemos al repudio de las editoriales hacia su
novela, a la muerte que se anticipó a su edición y postrera gloria. Hoy vemos la novela
más vendida del siglo XX italiano, pero no auscultamos en las congojas del rechazo
ni en el recrudecimiento del semblante.
CortesíaForzada trae un fragmento de la muy profusa correspondencia del gran Richard Wagner. La vida
de este prolífico músico es tan fascinante como su obra y tan intercalada de
momentos agónicos que bien valdría para inspirar otra cima de la ópera mundial.
Esta carta dirigida a Liszt, ese otro gran artista del siglo XIX, revela las vicisitudes
de un Wagner que se halla proscripto en Alemania, distanciado de su familia y caminando
el terreno lábil de la incertidumbre financiera. Es también un documento vivo
de la relación de dos grandes de la música, a la postre suegro y yerno, del fervor creativo
wagneriano y de los detalles mínimos que anteceden las glorias y las tragedias
de los hombres. Aquí les dejamos la voz del maestro alemán en la traducción de José
Manuel Conde.
A FRANZ LISZT
De Reuil, 16 de junio de 1849
Mi querido Liszt: Hace casi un mes que dejé a mi mujer, y ella no me ha
dado aún señales de vida; estoy sumamente triste y descorazonado. Es necesario
que yo encuentre un nuevo hogar, de lo contrario no sé que será de mí; mi
corazón es más grande que mi razón.
He discutido seriamente con Belloni; lo he inducido a comprender mi
situación actual, y, por consiguiente, he tomado la resolución indicada por las
circunstancias.
Mi presencia en París es absolutamente inútil en este momento: mi asunto
es escribir una ópera para París; me siento incapaz de cualquier otra tarea.
Pero un trabajo de esa índole no puede improvisarse; aun marchando las cosas
del mejor modo posible, serán necesarios seis meses para la composición de la
pieza, y dieciocho meses más hasta llegar a su representación. En París, y sin
la tranquilidad de alma necesaria, me resulta imposible trabajar. Es
imprescindible que encuentre otro rincón donde me sienta cómodo y donde pueda
prometerme una comodidad permanente. Como tal, he elegido Zurich. He propuesto
a mi mujer que venga, junto con su hermana pequeña[1], a
reunirse aquí conmigo, y que traiga los últimos restos de nuestro moblaje. Tengo
en esta ciudad un amigo, Alejandro Müller, quien me ayudará a instalarme del
mejor modo posible. Yo iré allá cuando pueda. Una vez reunido con los míos, me
entregaré por entero a mi trabajo. Desde allí enviaré a Belloni el libreto de
mi ópera parisiense, quien la hará trasladar al francés por Vaez[2].
Éste podrá tener terminada su labor para el mes de octubre; entonces dejaré a
mi mujer por un breve tiempo e iré a París: buscaré por todos los medios
hacerme cargo de la composición de la ópera en cuestión; haré quizá también
representar alguna cosa, y en seguida retornaré a Zurich para componer la
música. Hasta tanto emplearé mis ocios en la composición de mi último drama
alemán: La muerte de Sigfrido. En
seis meses te enviaré esta ópera completamente terminada.
Es necesario que me someta a un trabajo riguroso, de lo contrario estoy
perdido. Mas para trabajar, en este momento me hace falta calma, y un hogar.
Teniendo a mi mujer junto a mí en la gentil ciudad de Zurich, hallaré lo uno y
lo otro.
Yo no tengo más que un objetivo, y hay una sola cosa que puedo y deseo
hacer siempre con placer, con amor: es trabajar, que quiere decir para mí:
escribir óperas. Soy incapaz de hacer otra cosa; desempeñar un papel, ocupar un
cargo, no lo podría jamás, y engañaría a quien le prometiera desarrollar
cualquier otro género de actividad.
Procuradme, pues, un pequeño contrato anual, lo suficiente como para
asegurar a mi mujer y a mí una existencia tranquila en Zurich, ya que no puedo
pensar por ahora en fijarme en Alemania, cerca de vosotros. Te he hablado en
Weimar de un contrato de trescientos táleros que yo quería solicitar a la gran
duquesa en cambio de mis óperas completas o escogidas, etc. Pudiera ser que el
duque de Cobourg, y tal vez la princesa de Prusia, contribuyeran a ello. En ese
caso me sentiría dichoso de reconocer en una cierta medida la generosidad de
estos tres protectores, poniendo a su servicio toda mi actividad de artista;
ellos tendrían así la satisfacción de haberme conservado entero para mi arte.
No sé solicitar esta clase de beneficios ni encontrar la forma conveniente para
llegar a una adecuada transacción, pero tú tendrás éxito si consientes en
interceder en mi favor. Yo podría consagrar el producto eventual de una ópera
que escriba para París al pago de las deudas que dejé en Dresde.
Querido Liszt, ¿con lo que te he dicho, basta?
Yo te dirijo ahora con la confianza de un hombre que se halla en la
angustia más absoluta, la siguiente petición: trata de enviarme pronto algún
dinero para que pueda partir de aquí, ir a Zurich y vivir hasta que tenga el
contrato esperado; tú calcularás mejor que nadie la suma que necesito para
ello.
Desgraciadamente, ignoro si mi mujer podrá contar con el dinero
indispensable en el caso de que acceda a mis instancias y se resuelva a ir a
Zurich. ¿Podrías preguntarle si necesita algo? Escríbele, y dirige la carta a
M. Edouard Avenarius, Marienstrasse, Leipzig.
¡Dios mío, cómo me esfuerzo de continuo para contener el llanto! ¡Pobre
esposa mía!
Yo haré cuanto pueda; me resigno a todo con tal de que termine con esta
existencia nómada y encuentre en alguna parte una casa.
Hoy no he hecho más que hablarte de mí en esta carta. No he podido
evitarlo. Pero conozco tu bondad y me remito enteramente a ella.
Recibe miles de afectuosos saludos de tu
RICHARD WAGNER
[1] En realidad, la hija natural de
Minna
[2] Gustave Vaez, que en colaboración
con Alphonse Royer había traducido varias óperas italianas.
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